Concluía 2002, un tiempo complejo para la Argentina. Mientras el país padecía los coletazos de la crisis sufrida el año anterior, la aguja del ánimo social seguía marcando a la baja. Era necesario encontrar inspiración, ejemplos, motivos para devolverle la fe a la autoestima colectiva. ¿Y qué mejor que el deporte para empezar a recuperar tanto orgullo perdido? LA GACETA lo entendió así y nació entonces un encuentro que desde hace tiempo es reconocido como un clásico tucumano: la Fiesta del Deporte. María Emilia Filgueira, esforzada y talentosa cultora del mountain bike, conquistó el lunes el premio mayor. Bravo por ella y por todos los candidatos que compitieron por el galardón.

Pasaron 23 años desde aquella primera edición, celebrada en un restaurante -ya desaparecido-, a pocos metros de la plaza Urquiza. José María Núñez Piossek, gran figura de Los Pumas, fue el primer ganador y pasó a encabezar una lista extensa y colmada de estrellas. Como anécdota quedó que los asistentes compartieron un almuerzo de ravioles de calabaza y brindaron a la salud del concepcionense. Esa ceremonia sencilla y muy emotiva mutó en encuentros multitudinarios, brillantes, organizados en hoteles o teatros. Sólo la pandemia impuso un breve paréntesis. Lo que nunca cambio fue el espíritu de la fiesta.

Es que no se trata sólo de competencias o resultados. El deporte -especialmente en su dimensión amateur- transmite valores esenciales para la vida en comunidad, promueve hábitos saludables y construye ciudadanía. Su práctica y su difusión implican una responsabilidad compartida entre instituciones, educadores, clubes y, de manera muy especial, los medios de comunicación. Por allí pasa esta iniciativa que con tanto entusiasmo lleva adelante LA GACETA cuando llega diciembre.

Difundir el deporte conlleva asumir una mirada más amplia y responsable sobre la realidad social. De allí la importancia de visibilizar estas experiencias, de narrar historias que inspiren, de subrayar prácticas que construyen comunidad. Es una forma de educar, de promover valores y de equilibrar una narrativa muchas veces dominada por el éxito inmediato y el consumo.

El valor del deporte no se agota en quienes lo practican. Su impacto alcanza a todos cuando se lo concibe como una política cultural y social. Cada torneo barrial, cada liga amateur, cada disciplina que se sostiene a pulmón genera lazos, produce identidad y refuerza el tejido social. En contextos de vulnerabilidad, el deporte puede convertirse en una alternativa frente a la exclusión, ofreciendo modelos positivos de referencia.

En definitiva, el deporte es mucho más que una actividad recreativa o un espectáculo. Es una escuela de valores, una herramienta de inclusión y un factor de cohesión social. Su práctica fortalece cuerpos y vínculos; su difusión, especialmente desde el periodismo, contribuye a construir una sociedad más justa, saludable y solidaria. Darle espacio al deporte amateur no es un gesto romántico ni marginal, se trata de una decisión editorial que habla de qué sociedad queremos reflejar y, también, de cuál aspiramos a construir. Por eso disfrutamos, junto a ustedes, con esta Fiesta nacida en 2002 y que, felizmente, llegó para quedarse.